LA LEGALIZACIÓN DEL CANNABIS TERAPÉUTICO, UN DEBATE SIN CERRAR
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A los 12 años, Carola Pérez se rompió el coxis tras caerse mientras patinaba. Pasó por quirófano en repetidas ocasiones y se sometió a diferentes tratamientos para el dolor. Sin embargo, dice, ninguno conseguía aliviarle. Hasta que probó la marihuana: «El cannabis produce una sensación de bienestar que no encuentras en muchos medicamentos convencionales que, además, suelen tener severos efectos secundarios», explica.
Esta experiencia marcó la vida de Carola, que hoy es la presidenta del Observatorio Español de Cannabis Medicinal, una organización sin ánimo de lucro que investiga y defiende no solo el uso medicinal del cannabis, sino también el recreativo. «Cada individuo ha de tener absoluta libertad», reivindica Carola que, matiza, se refiere a «un mercado regulado, donde se pueda optar a múltiples productos con diferentes tipos de cannabinoides analizados y seguros para el consumidor».
Bajo este prisma, en 2001 Canadá reguló el uso medicinal de la marihuana y en 2018 se convirtió en el primer país del G7 en legalizar también su uso recreativo. Desde entonces, la industria del cannabis se ha convertido en un sector en auge: según un estudio de la consultora Deloitte, se estima que el mercado del cannabis canadiense generó más de 7.000 millones de dólares en ventas en 2019, 2.000 relacionadas con el uso medicinal. Sin embargo, entre los que defienden este tipo de práctica los argumentos más esgrimidos no son los posibles beneficios económicos, sino aquellos que afirman que tiene sobre la salud.
«No tiene ni pies ni cabeza que el uso terapéutico de la marihuana no esté regulado», sentencia Manuel Guzmán, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Asociación Internacional para las Medicinas Cannabinoides. «No es una cuestión de ideología, sino de avanzar en la ciencia: cada vez hay más estudios que demuestran los beneficios de los cannabinoides», añade. De hecho, el último estudio realizado por la Universidad de Guelph, Ontario (Canadá), descubría este verano que las moléculas de la marihuna son 30 veces más potentes que las aspirinas a la hora de aliviar el dolor de los pacientes crónicos. «Claramente existe la necesidad de desarrollar alternativas al alivio del dolor agudo y crónico más allá de los opioides», explica el profesor Tariq Akhtar, uno de los autores del estudio que señala al cannabis como posible alternativa porque «estas moléculas no son psicoactivas y se dirigen a la inflamación, lo que las convierte en los analgésicos ideales».
Según la investigación, la diferencia entre opioides y opiáceos radica en que los primeros son fórmulas de la planta adormidera mezcladas con compuestos químicos, mientras que el segundo se obtiene directamente de la planta de cannabis y tiene unos efectos secundarios más leves. «Se trata de un descubrimiento muy prometedor, porque demuestra que las moléculas canflavinas que tienen propiedades analgésicas y antinflamatorias», opina Guzmán. Sin embargo, añade, «el cannabis suele utilizarse en dosis muy bajas, por lo que es necesario seguir desarrollando la sustancia para poder aplicarla a los distintos tipos de dolor que existen».
Lejos de ser residual, el mercado del cannabis se está expandiendo más allá de las fronteras del país norteamericano. En 2017, el gigante canadiense Canopy Growth –dedicado a la producción de esta sustancia– compró el laboratorio español Alcaliber, uno de los mayores productores de opiáceos del mundo y el mayor productor mundial de morfina, con un 27% de la cuota de mercado. Además, es una de las pocas empresas en España que ha recibido autorización de la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios (Aemps) para cultivar cannabis de uso medicinal, que aún no está legalizado en el país.
Más allá de todos los beneficios que remarcan quienes la defienden, la legalización del cannabis también tiene un número notable de detractores, sobre todo, en cuanto al uso recreativo se refiere. No son pocas las asociaciones de vecinos que han manifestado su malestar por la apertura de clubes cannábicos en ciudades como Barcelona o Madrid, y entidades como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito advierten de los riesgos del cannabis y sus derivados. La dependencia que genera y la alteración de las percepciones sensoriales que pueden derivar en ansiedad, pánico e incluso episodios psicóticos son la otra cara de un debate que, por ahora, permanecerá abierto: como explicaba hace poco María Luisa Carcedo, ya exministra de Sanidad, no está en la agenda del Gobierno la posibilidad de regular su consumo.