El objetivo de la marihuana legal no debería ser el oro corporativo
Alan Young es un profesor asociado de la Osgoode Hall Law School en la York University. Ha trabajado con el gobierno federal para reconocer a la cannabis como droga legal y ha liderado numerosos desafíos constitucionales leyes sobre drogas y moral.
Durante los últimos 25 años he trabajado para cambiar la aproximación arcaica canadiense al uso de marihuana. Tener poca fe en el proceso político es una postura partisana. Yo me dirigí a las cortes y el Charter of Rights para desafiar la validez constitucional de muchas leyes que criminalizaban de manera controversial adultos que consienten.
Más allá de haber tenido enorme éxito en desarrollar una protección constitucional para la marihuana medicinal, el fundamento básico de su prohibición permaneció intacto tras el aluvión de casos judiciales. Habiéndome cansado de la batalla, me emocioné cuando el partido liberal se comprometió a legalizar la marihuana en el 2015. Por supuesto, las promesas políticas son inaplicables y, en el pasado, estar en el borde de la reforma terminaba frecuentemente en un silencioso re-establecimiento del status quo. Entonces mi entusiasmo fue templado con una fuerte dosis de cinismo.
Mientras el gobierno gatea hacia la legalización bajo el nombramiento de otro grupo de trabajo, mi temperado entusiasmo ha empezado a reducirse, reemplazado por consternación. A donde quiera que vea veo incontables intereses partidarios y oportunistas haciendo fila para hacerse de los billetes cannábicos.
Hace 20 años predije que la cannabis se legalizaría cuando los gobiernos y entidades corporativas se dieran cuenta de los tesoros monetarios que se obtendrían tras la legalización, así como se legalizaron las apuestas en los 90s para levantar billones de dólares de recaudamiento fiscal. Y ahora, los productores de marihuana medicinal licenciados, farmacias, gobiernos provinciales, uniones obreras, dispensarios cannábicos y depredadores corredores de bolsa quieren su parte del mercado. ¿Quién podría culparlos? La cannabis es el sueño capitalista, considerando la oportunidad económica sin precedentes con una base de millones de clientes listos que supone.
Siempre he visto la marihuana como tóxico benigno y leve intoxicante, y mientras menor regulación estatal, mejor. Como sea, entiendo que algunos canadienses, y el gobierno, vean riesgos mayores, y es poco probable que entremos en un mundo de autocultivo legal, compartir con amigos y vender un poco a otras personas. Canadá tiene una fuerte tradición de sobre-regulación y uno ya puede sentir que el gobierno está preparado para imponer una miríada de restricciones sobre la producción y distribución. Invariablemente, mientras más complejo sea el marco regulatorio, más probable es que el mercado sea invadido por corporaciones multinacionales, agencias de la Corona y héroes de los grandes negocios. Esto socava completamente el idealismo de los 60s que generó nuestro gusto por los efectos estimulantes de la marihuana; sin embargo, el idealismo siempre toca un segundo violín al realismo de los mercados monetarios.
De mayor preocupación es el hecho de que esta fijación por los asuntos económicos y modelos de distribución ha opacado la justificación básica para promover la legalización como una opción política sólida para Canadá. Nuclearmente, la legalización se fundamente en tres creencias interrelacionadas: 1) la actividad no es lo suficientemente dañina para ser criminalizada; 2) se ha demostrado que el instrumento legal de la criminalización para erradicar la actividad es más perjudicial que saludable; 3) la actividad se ha vuelto tan frecuente que la ley se ha vuelto ineficaz.
Entonces al bajar por la ruta de la legalización, el foco no debe estar puesto en el modo de distribución o cómo generar beneficio económico. Aunque esto se importante para los venturosos capitalistas y consumidores, una cuestión más fundamental debe serle planteada primero al gobierno: ¿Cuál es la respuesta legal apropiada para la multitud de consumidores cannábicos que no tienen interés, y quizás tenga incluso aversión, a la marihuana corporacional?
Debo reconocer que una vibrante cultura cannábica subterránea viene evolucionando desde hace décadas. Si el gobierno mantiene el tabú sobre la auto-producción y los dispensarios locales, habrá aún miles de usuarios y productores de cannabis que se negarán a ir a tiendas de licores o farmacias para comprar cannabis. De ser excluído del nuevo mercado, lo subterráneo continuará floreciendo, y el gobierno tendrá que decidir qué hacer eso. Si la contra-respuesta es que cualquiera que no cumpla con las reglas del mercado debe lidiar con el sistema judicial, entonces no hemos logrado la legalización.
Los valores atípicos no pueden considerarse criminales solamente por llevar a cabo las mismas operaciones y negocios sancionados pero explotados por el gobierno y la corporación canadiense. Si una premisa básica de la legalización es que la actividad no es lo suficientemente dañina como para generar antecedentes criminales o pena de cárcel, no puede ser convertida de vuelta en una conducta criminal simplemente porque está siendo realizada sin la licencia apropiada. Por supuesto, algún tipo de ofensa regulatoria habrá sido cometida, equivalente a pescar sin licencia, pero una vez que el gobierno da el sello legal de aprobación a alguna actividad pierde el derecho moral de condenar y criminalizar a los renegados que operen sin licencia.
Para la mayoría, la cultura cannábica subterránea ha sido ocupada por fumones movilizados tanto por su amor a la cannabis que pueden convertir un pepino en un bong en menos de 20 segundos. No hay amenaza a nuestras comunidades. Si el gobierno continúa demonizando la marihuana y perpetuando el mito de que la comunidad cannábica está dirigida por criminales, entonces es probable que excluyan a esta comunidad de la participación en el mundo legalizado. En cuyo caso todos hemos logrado la ventura de hacer dinero de alguna forma, mientras dejamos a la mayoría enfrentando sanciones criminales por negarse a dejar el confort de su mundo subterráneo. En otras palabras, no habremos logrado nada.
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