“El Gobierno dice que el cannabis no tiene propiedades médicas y al mismo tiempo da licencias para venderlo fuera”

En la Universidad Complutense de Madrid trabajan, dispersos por el campus, varios investigadores de las propiedades médicas del cannabis que conforman uno de los principales grupos de investigación quizá del mundo. Aprovechando esta acumulación de talento y con el objetivo de arrojar un poco de luz sobre una planta tan adorada por algunos como demonizada por otros (entre estos últimos, los que han tenido el poder para prohibirla durante décadas), estos científicos acaban de presentar el libro Usos medicinales del cannabis. ¿Qué sabemos de sus propiedades curativas?(Ed. Los libros de la catarata), en el que cada uno ha aportado su granito de conocimiento. Entre estos investigadores está Cristina Sánchez, profesora en el Departamento de Bioquímica y Biología molecular y especializada en las propiedades antitumorales del cannabis. Sánchez, partidaria de la regulación, lamenta que en España no haya un movimiento social que pelee por ella y critica que la ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, afirme que no existe evidencia suficiente sobre sus propiedades médicas a la vez que su Gobierno da licencias para el cultivo y exportación de cannabis terapéutico porque en España está prohibido.  

Le traslado el título del libro. ¿Qué sabemos de las propiedades curativas del cannabis?

Primero quiero decir que el título no me gusta. No nos gusta hablar de la palabra curar cuando hablamos de cannabis. Es un mensaje no del todo preciso, y hay que ser extremadamente cuidadoso cuando se dirige a los pacientes. Dicho esto, sabemos que los cannabinoides funcionan muy bien para tratar determinada sintomatología, por ejemplo dolor, y específicamente cuadros de dolor que no responden a tratamientos convencionales.

Funcionan como antieméticos, como antiepilépticos, en patologías gastrointestinales como potentes antiinflamatorios. Estas son las patologías que están contrastadas clínicamente. Aparte de eso, en fase preclínica (hasta modelos animales) sabemos que puede tener otras aplicaciones muy interesantes, como la oncología.

El potencial es muy grande. Pero además de la potencialidad hay aplicaciones clínicas ya demostradas, sobre todo con cuestiones relacionadas con la calidad de vida, que es una cuestión que normalmente se deja al margen cuando habla con los médicos, que van más a tratar el síntoma primario. Puede afectar a la capacidad de dormir o a la ansiedad, otra sintomatología asociada a patologías crónicas. Tenemos clarísimo que los cannabinoides ayudan a la calidad de vida del paciente atacando el dolor, la ansiedad, mejorando el sueño y en algunos casos como la epilepsia disminuyendo convulsiones… No es un tema baladí. Funciona en muchos casos, en otros no, pero lo único que vas a perder es el poco dinero que te cuesta el tratamiento.

Esto es especular, pero ¿cree que estará algún día integrado en el sistema con normalidad?

Estoy convencida. Y me gusta mucho la palabra integrado, porque hay una corriente que habla de “terapias alternativas” y no comulgo con esa idea. Creo que los cannabinoides son unas terapias complementarias y nuestro objetivo es que sean parte del arsenal terapéutico de los médicos de cabecera, oncólogos, psiquiatras.

Creo que va a suceder, sin duda, la pregunta es cuándo. Y aquí nos encontramos escenarios completamente diferente en función de dónde haya nacido uno. En EE UU tienen una mentalidad regida por motivos económicos, pero que en este caso ha llevado a una industria recreativa y médica muy importante, y allí cada vez son más los médicos que recurren al cannabis para tratar a sus pacientes. En Canadá, Sudamérica y algunos países europeos, lo mismo. En España vamos por detrás pese a que tenemos una de las comunidades científicas más potentes del planeta. Los expertos mundiales están aquí, pero nadie les escucha en este país.

Es que ni siquiera está en la mesa el debate, ¿no? Desde el Observatorio Español del Cannabis Medicinal se intenta hacer ruido, pero no parece que cale mucho.

Manuel Guzmán, Guillermo Velasco y yo [tres de los principales investigadores del país] estamos en el Observatorio para hacer ruido y que se ponga esto sobre la mesa. Nos hemos reunido con todos los partidos políticos (Vox no existía en aquel momento), todos nos han dedicado muy buenas palabras, pero la realidad es que no está en la agenda más que de Ciudadanos, Podemos y ahora Más País. La ministra de Sanidad, máxima responsable, sigue diciendo que no hay evidencia médica suficiente que avale el uso médico del cannabis cuando la agencia española del medicamento, que también es parte del Gobierno, está concediendo licencias para vender cannabis medicinal fuera de España. Estamos ante una situación paradójica y que me parece de una irresponsabilidad tremenda.

Si la ministra no cree que tenga propiedades médicas, pero igualmente lo exportamos, pensará que estamos estafando a otros países.

Habría que preguntarle, pero lo que creo es que no está informada y que hay unos intereses económicos y un poder enorme de algunas empresas que tienen estas licencias que no acabamos de ver [una de ellas está en manos de Juan Abelló, uno de los principales empresarios farmacológicos de España]. Lo que falta aquí –que sí tienen otros países– es una población que se levante ante una injusticia como esta. Que diga: ‘Nos estáis tomando el pelo. Yo necesito tomar cannabis para mi hijo o para mi dolor crónico y no quiero comprarlo en el mercado negro. ¿Por qué no puedo yo, ciudadana española, acceder a este cannabis que habéis autorizado a vender y se exporta a Alemania?’

Pero no hay ese empuje social. En Sudamérica hay programas medicinales de cannabis porque ha habido madres que tenían niños con epilepsia que dijeron: ‘Me metéis en la cárcel si queréis, pero voy a seguir cultivando cannabis porque esta es la medicina de mi hijo’. Y ha habido un ruido social alrededor y un apoyo que ha obligado a los gobiernos a implementar los programas. Eso aquí no va a pasar nunca.

¿Es partidaria también de la regulación integral?

Sí, de todas las drogas. Pero si tenemos que apostar por empujar una regulación, soy partidaria de mover primero el medicinal y dejar fuera el recreativo. Creo que la velocidad a la que esos dos compartimentos se van a mover es muy diferente y si los movemos a la vez vamos a lastrar al médico y va a tardar más en regularse. Para la regulación médica no haría falta ni mucha modificación legal ni mucho tiempo, pero si metemos el recreacional la cosa va a tardar años. La urgencia no es la misma y, quizá me gane enemigos del mundo recreativo, pero creo que iríamos más rápido y que eso sería una ayuda al recreativo incluso.

Hablemos de las propiedades negativas, no se vaya a creer alguien que son todo ventajas.

Es importante es hacer una distinción entre uso médico y recreativo, que a veces se mezclan. Cuando hablamos de uso médico en niños, una población que preocupa y con razón, siempre sale el argumento de que el cannabis puede tener cierta afectación en el desarrollo del sistema nervioso. Es cierto, basado en experimentos en ratones. Pero no hay estudios clínicos que hayan demostrado esto.

A mi hijo sano de 16 le diría que esperara a que su sistema esté desarrollado del todo. Pero si tengo un chaval con epilepsia el discurso es otro. O si tengo un niño de dos años que está convulsionando 200 veces al día, al que estoy tratando con unos medicamentos bendecidos por todas las agencias de regulación, que sé, no que sospeche, que sé que van a producir alteraciones en el sistema nervioso de mi hijo, que le está apagando en el sistema nervioso, el discurso es totalmente diferente.

Cosas a tener en cuenta: idealmente los menores no deberían consumir cannabis. Si tenemos un menor que tiene una patología tan grave como la epilepsia o un proceso oncológico, el cannabis es un tratamiento más que tiene efectos secundarios posiblemente menores que otros. También hay que tener cuidado con gente con patologías cardiacas porque son hipotensores y puede someter al paciente a una hipotensión mayor. Hay que tener cuidado con gente con patologías psiquiátricas.

Aunque para algunas puede ser bueno, en general no lo es. También con la polimedicación. No sabemos aún las interacciones farmacológicas entre los cannabinoides y el resto de medicaciones. Por ejemplo, que el CBD [uno de los principales componentes de la planta] es capaz de de bloquear un sistema de degradación de fármacos que tenemos en el cuerpo. Entonces, si tomamos cannabis con CBD y otros medicamentos que deberían degradarse por esta vía, podemos provocar una sobredosis de ese medicamento al paciente porque no le estamos permitiendo degradarse. Nada es inocuo, pero hablamos de sustancias mucho más seguras que la mayoría de los medicamentos.

Al percibirse más como una droga en su sentido lúdico que como un médicamente, ¿se tiende a pensar solo en sus efectos negativos?

El cannabis, como los opiáceos, los antiinflamatorios o cualquier medicamento, tiene efectos positivos y negativos. Ni es inocuo ni es la entrada a otras drogas como se dice. De hecho, estamos viendo que es una puerta de salida de otras drogas. ¿Conoces la epidemia de muertos por sobredosis de opiáceos en EE UU? Pues está demostrado –y esto no es teoría, son números reales– que en los estados donde hay programas de cannabis medicinal ha disminuido considerablemente el número de muertes, se habla de más del 20%. Estas muertes no se producen por adicciones que se generan en la calle, si no por adicciones que generan los médicos prescribiendo cantidades de opiáceos que los pacientes no necesitan. Mucha gente consigue salir de los opiáceos utilizando cannabis.

 

Texto original: 

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